jueves, 1 de agosto de 2013

Catilinarias

Catilinarias - Editorial del 2 de agosto de 2013 ¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia? ¿Cuánto tiempo hemos de ser todavía juguete de tu furor? ¿Dónde se detendrán los arrebatos de tu desenfrenado atrevimiento? Con estas tres impresionantes frases empieza el primero de los cuatro discursos pronunciados por Marco Tulio Cicerón entre el 8 de noviembre y el 5 de diciembre del año 63, cuando en su condición de cónsul descubrió y desbarató un intento revolucionario encabezado por Lucio Sergio Catilina (de ahí el nombre de las citadas alocuciones y el título de hoy) que tenía como objetivo final la subversión total de las estructuras del Estado romano e incluso la destrucción de la misma Roma. Debo recordar acá que el cónsul era el magistrado de más alto rango de la República de Roma, hasta la aparición del Imperio y la irrupción de la figura del emperador. Por extensión y analogía, después se comenzó a usar la palabra catilinarias para definir un discurso vehemente y crítico contra una persona o un grupo de personas, y seguramente en eso se convertirá la página de hoy, luego de esta breve y necesaria introducción. Tengo ya 22 años de desempeño ininterrumpido al frente de la cátedra de Formación Ética y Ciudadana (antes Educación Cívica o Formación Cívica o Instrucción Cívica), y creo que nunca advertí tanto desinterés ni tanto desconocimiento de la realidad como ahora, en los jóvenes y en los adultos, ante esta próxima instancia de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), que se realizarán el domingo 11 de agosto, y acerca de las cuales, en un intento de esclarecer (o sea hacer más claro), Crónica publica hoy una nota explicativa. Pero quiero salir de lo meramente coyuntural para intentar una aproximación a las razones de ese desconocimiento y de ese desinterés, que además de ser generalizado, incluye a los jóvenes que van a votar por primera vez, y con ello, a decidir nuestro destino. Esta situación me hace pensar, en combinación con otras tantas cosas que suceden paralelamente, que la política argentina está en crisis. En realidad, frente al daño que constantemente sufre el tejido social, no le cabe al sistema político otro lenguaje que el de la verdad ni otro resorte para respaldarlo que el de la austeridad. Hace falta un desprendimiento que disipe la atmósfera aún cargada de frivolidad, desaprensión en el gasto y de un poco más que meras sospechas de corrupción. Estas próximas elecciones, y por ende también las de octubre, nos entregarán la opción entre un partido del gobierno que no hesita en utilizar el aparato del estado en su propio provecho, a través de la propaganda que le significa la entrega de la Asignación Universal por Hijo y de las netbooks con fondos de la Anses, la difusión del Fútbol para Todos, con propaganda partidaria desembozada, la utilización del canal estatal como canal sectorial, y el uso de fondos públicos para fines electoralistas, porque no me van a hacer creer que el viaje de la Sra. Presidente y su ignoto candidato a diputado nacional, que solo tenía por finalidad sacarse una foto con el Papa para mostrarla en la campaña, fue pagado del propio bolsillo de los viajeros. Pero, del otro lado, se presenta un juego entre partidos carentes de poder real que les otorgue ejemplaridad y capacidad para legislar y gobernar. Tampoco a ellos se les cree, más que nada porque sus propias peleas internas los asemejan más a enemigos políticos que a meros y circunstanciales adversarios internos. ¿Cómo crear, entonces, los incentivos para que los actores políticos se comporten en forma constructiva? Esa es la pregunta que muchos nos formulamos cuando nos vemos a nosotros y a las instituciones transformados en rehenes de políticos que colocan otros valores y principios por encima de la preservación de los mecanismos de la democracia. En cada una de las listas, y esta es una invitación que hago a la investigación, hay mayoría de nombres que hace dos años estuvieron poco menos que en las antípodas. Y aunque ahora solo se vota para legisladores, y eso acota la magnitud de los candidatos, alcanza con ver quiénes son los que reparten las boletas (o los que van a los programas de radio o de televisión a hacer proselitismo), y realizar un breve ejercicio de memoria retrocediendo a un tiempo no tan lejano. En realidad el espejo roto de la representación política es resultado de dos andanadas: los partidos se derrumban (eso es más que evidente, porque ya no tienen ningún peso propio y sus congresos son meras formalidades a los que se llega con todo "cocinado"), y la sociedad no atina a encontrar el camino de su propia representación. El panorama que nos circunda se asemeja cada vez más a un archipiélago donde apenas sobresalen líderes escuálidos y un sinnúmero de organizaciones civiles que pretender actuar en la vida política sin asumir los costos de la militancia y de la consistencia ideológica. Sin ir más lejos, Entre Ríos le está aportando al país un candidato a diputado que representa a un sector corporativo y que, más lejos que eso, no pretende ni podrá, seguramente, brindar soluciones a otros problemas del país que no sean específicamente los de su propio campo de acción, si es que se me permite el juego de palabras. Los riesgos son muchos, porque a medida que la gente se va desinteresando de las reales causas y consecuencias de su voto, le vamos entregando al gobierno el manejo de la cosa pública sin ningún tipo de control, lo que ya está demostrado a lo largo de la Historia que resulta inconveniente. Así como hablamos de Marco Tulio Cicerón y de Catilina, tenemos que recurrir también, ya un poco más cerca en el tiempo, a la referencia del sistema estalinista, que se caracteriza por un antirrevisionismo absoluto; procedimientos de represión hacia la divergencia de pensamiento dentro del mismo partido, deportaciones en masa de elementos considerados reaccionarios, eje central de toda política del estado. Uno no quiere ser pájaro de mal agüero, pero lo que hemos visto ayer por televisión, cuando el ministro Randazzo escrachaba a los conductores de trenes porque se dormían, leían o mandaban mensajes por celular, se asemeja muchísimo a esas prácticas. Primero, porque más allá de lo repudiable de cada uno de esos comportamientos individuales, no se puede estigmatizar a toda una clase trabajadora haciéndola responsable de la desidia del Estado. Pero, además, ¿por qué no usan también ese aparato de inteligencia y esos elementos tecnológicos para filmar a los funcionarios corruptos en medio de sus negociados? ¿O es que ahí ya no habrá solamente dos o tres, sino que serán todos ellos los que aparecerán frente a las cámaras dando y/o recibiendo? El gobierno de Stalin en la URSS de mediados del siglo XX se caracterizó también por la instauración de aparatos burocráticos vinculados a la jerarquía de un único partido, y por mandar al Archipiélago Gulag a los que pensaban distinto. Y en materia de disciplina, fuerte centralismo democrático y persecución de los divergentes. También la modificación de la historia, por medio de fotografías trucadas y reedición documental, algo así como lo que acá se está haciendo cuando la Sra. Presidente compara los actos de Néstor (lo llama Él), absolutamente incomprobables por otra parte, con los dichos y hechos del Papa Francisco, por ejemplo. Estatización, nacionalización y colectivización forzada y controlada de la economía, sobre todo dirigida hacia los grandes latifundistas y pequeños terratenientes relacionados con la "causa", con un fuerte predominio de la administración del Estado, también señalan peligrosas coincidencias entre estos y aquellos. Seguro que ya es tarde para reconstruir, en una semana, lo que se destruyó en una década. Pero alguien debe convencer a Marco Tulio Cicerón a que reescriba sus advertencias, las aggiorne, y las convierta en texto de lectura obligatoria. Algunos se han enojado mucho con el contenido de mis páginas. Solo algunos, pero con mucho poder. No importa. Alguna vez leí que es mejor morir por una idea por la que vale la pena vivir, que vivir por una idea por la que no vale la pena morir. Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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